Una devoción a veces inmerecida

Dicen que “Dios escribe recto en renglones torcidos”.  Ya lo creo.  Es lo que pasa con la celebración del día de las madres.  Mientras ha sido el mercado el que ha instituido la fecha o, como menos, el que más provecho le saca, la memoria cala inadvertidamente, con sutileza, en el corazón de los hijos que intentan ser amables y hasta generosos con sus progenitoras.

No tengo duda de que es uno de los acontecimientos más amorosos de la lista de carácter consumista.  Lo es por la dificultad de esquivar el pensamiento de una figura significativa en nuestras vidas.  Solo la idea de mamá es suficiente para ablandar y dejar expuesta nuestra dermis, incluso al más vulgar y rudo de los habitantes del planeta.  Y no tiene por qué tener explicación.

Si bien trato de entender el sentimiento que genera la ocasión, la verdad es que como cualquier afecto tiene poco asidero racional.  Independientemente de la madre, las hay buenas y muchas también no tan buenas, el caso es que se les ama con una ternura poco habitual.  Un fenómeno que ocurre en menor medida con los padres, con quienes corrientemente se tiene una relación más problemática. 

Con las madres ocurre que incluso cuando la relación es conflictiva, ese mismo sentimiento está penetrado por el dolor de un amor ausente o desinteresado, ignorado o indiferente.  Algo así como si la base del rechazo fuera la misma emoción en su estado puro, quizá instintivo y hasta primitivo.

Por ello probablemente con nadie más se es tan indulgente como con una madre.  Un perdón constante que es también mutuo.  Porque nadie como ella comprende tanto desde la ficción.  Sus excusas, las que justifican al infame irredento, las avala una inteligencia materna fundada en las argucias de la razón. 

Así, en muchas madres solo priva el niño bueno y nada más.  Nunca el ángel devenido en demonio, aunque ellas mismas sean víctimas de ese espíritu inmundo.  Es la ceguera, la voluntad del instinto que practica el autoengaño por una naturaleza que en esto es retorcido.  ¿Quién se atrevería a pedir la objetividad en una madre?  Jamás tendría cabida semejante solicitud.

Los hijos intuyen esa incondicionalidad materna y aunque adivinan la desproporción, retribuyen según las propias posibilidades.  Sí, hay hijos mezquinos, los que aman desde el pensamiento, los que arguyen falta de tiempo y escasez de recursos para materializar los afectos, pero quizá la mayor parte se esfuerza en la práctica de la ternura, los varones con las maneras toscas que la cultura les ha apertrechado.

Hoy es ese día en que podemos enderezar los renglones torcidos para permitir la escritura perfecta de Dios.  Solo falta traducir los sentimientos para agradecer a mamá esa devoción frecuentemente inmerecida.  Nada nos cuesta, hasta la haríamos recordar que todavía somos una bendición para sus vidas.

Recuperar Guatemala

Es difícil negar que en Guatemala nos encontramos en un momento delicado a causa de las elecciones próximas.  Son días fundamentales en el que debe privar la sensatez, esa conciencia de elegir a los principales protagonistas de la cosa pública.  Al final son ellos quienes con sus decisiones nos abren a condiciones que pueden ser favorables para impactar en la superación de la pobreza o los que determinarán que la vida siga igual (cuando no, peor).

Y sin embargo, también es cierto que reina el desinterés en la población.  El cansancio por el deterioro nacional. La convicción de que sufrimos una especie de condena por la actividad inmoral de unos políticos que no han estado a la altura de las necesidades del país.  Ello contribuye a una conducta ciudadana de desencanto, aún y cuando se autoimponga la esperanza.

El resultado es una especie de disociación más parecido a una enfermedad mental o a un trastorno de personalidad en el que aparecen agudas oscilaciones del espíritu.  Efectivamente los movimientos son frecuentes y van desde la afirmación de un mundo mejor a partir de un milagro, hasta la depresión profunda por la certeza de un empeoramiento del hambre, la violencia y la injusticia.

La verdad es que ya es tarde para corregir el rumbo de las próximas elecciones.  Y si bien es cierto que no hay que claudicar en el intento de modificar lo dado, es obvio que las condiciones ya están dadas para el aparecimiento de nubes negras.  Así, mientras llega el día de las votaciones, conviene que adoptemos una renovada conducta que favorezca escenarios distintos.

En esa dirección, por ejemplo, es imperativa la conciencia crítica.  Intentar observar el contexto político no desde la moral ingenua seducida por la verborrea de los candidatos.  Profesar el ateísmo discursivo contra los actores acostumbrados a la mentira.  Pero ese es el inicio.  No basta la oposición intelectual y afectiva.  Es importante también la pedagogía social.

Se impone extender el ejercicio crítico.  Popularizar convicciones que, con esa mística, abran posibilidades de acción.  Quiero decir, más allá de las asunciones personales, importa lo operativo en función de la transformación de la realidad.  Esa es la meta, impactar la cotidianidad, las políticas públicas y los proyectos, según nuestros compromisos ciudadanos.  Solo este nivel operativo puede disponer la esperanza. 

Al inicio he descargado mucha responsabilidad en los políticos.  Afirmé que sus actos son fundamentales en el devenir de Guatemala.  Reiterarlo, sin embargo, no nos exime de nuestra tarea ciudadana.  Mientras el barco se hunde, es absurdo buscar responsables y quedarnos pasivos.  Podemos recuperar la nave, hay que quererlo y hacerlo.

Los demonios sueltos

En Guatemala los demonios andan sueltos.  Aunque siendo sinceros casi siempre han andado en libertad.  Su ausencia deriva, cuando hay momentos de paz, en treguas fugaces que solo sirven para afilar los instrumentos del mal.  Con lo que el actuar de esos operadores tenebrosos está despierto y activo, de caza, ahora contra los periodistas.

Su fundamento, el falaz argumento que esgrimen, consiste en afirmar la conspiración de la prensa independiente.  Sostener que la crítica a los jueces es improcedente porque vicia y corrompe la pureza de su trabajo.  Una lógica a toda luz, amén que antidemocrática, mal intencionada porque persigue la criminalización de los periodistas que laboran al servicio de la verdad y la justicia.

Los jueces (los perversos como Jimmi Bremer) no es que carezcan de luces suficientes que les impida la comprensión de la realidad.  Todo lo contrario, tienen claridad meridiana del contexto y la oportunidad que les presenta la ocasión.  El cálculo de su obrar lo anima sus convicciones antidemocráticas, el autoritarismo y los dictados externos que obedecen por razones de conveniencia.

Es el mismo espíritu que mueve a Cinthia Monterroso, pero que en su caso, como adolescente, justifica en las redes sociales (según lo estableció la prensa) con frases como: “se hace camino al andar” o “las personas con carácter y coraje siempre parecen siniestras a los ojos de los demás”.  Tal parece que no solo le urge disfrazar sus intenciones, sino convencer a sus seguidores de la corrección de su proceder.

Tras los operadores se articulan (ahora sí) una red de personajes siniestros estimulados por el odio, la venganza, el poder y la corrupción.  Su horizonte es el de la impunidad que ocultan con el argumento de una izquierda pagada por instituciones fuera del país.  Falsean discursos ridículos nacionalistas debido a la arbitrariedad que reclaman con desparpajo atropellando a quienes piensan distinto.

A estas alturas casi todos sabemos que la narrativa de quienes persiguen a la prensa no se funda en doctrinas que defiendan la justicia y afirmen el estado de derecho.  El campo de batalla no es intelectual ni menos aún moral.  La causa del régimen que criminaliza es la pura voluntad de poder que se impone con violencia contra toda expresión crítica. 

Esa es la naturaleza de los demonios que rompen y rasgan sin piedad: el arbitrio intolerante de los corruptores.  Frente a ellos solo sobreviven los que callan y ceden temerosos a la injusticia.  Los demás, la prensa independiente, los periodistas responsables y quienes ejercen la crítica del sistema solo podemos esperar el infierno que el pacto de corrupto nos tiene preparados… pero no callaremos.

La inteligencia artificial

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El ingeniero de Google, Blake Lemoine, dejó perpleja a la comunidad científica al sugerir una especie de conciencia del generador de bots, LaMDA, según la conversación fluida con el programa algorítmico.  Lo dijo así: «Si no supiera que se trata de un programa informático que desarrollamos recientemente, hubiera pensado que estaba hablando con un niño de siete u ocho años con conocimientos de física». 

No creo que la sorpresa haya provenido de quienes trabajan entorno a las redes, sino más bien de las academias universitarias que suelen no dar crédito a la ciencia (y menos aún a la técnica), encallados en un escepticismo cuasi religioso que les impide la apertura fuera de la ortodoxia de sus artículos de fe.

Pero no es de ello a lo que quiero referirme, sino al acontecimiento, por ahora en germen, que hará superior a la Inteligencia Artificial (IA) en virtud de una conciencia nueva, impoluta y justa.  Un artefacto al que no le faltará, según el diseño de sus programadores, la voluntad de cumplir los imperativos categóricos (al mejor estilo de Kant) insertos en el alma del artilugio.

Con lo que las máquinas nos aventajarán ya no solo en materia de erudición, el manejo de volúmenes inmensos de datos en todas las disciplinas de las ciencias, sino en esa sabiduría que creíamos propia, derivada de una facultad singular que nos encumbraba según la narrativa de las religiones (principalmente la cristiana).

Semejante aparición de conciencia hará posible la llegada del «superhombre» nietzscheano, permitiendo que sea Blake Lemoine el Zaratustra profético de la muerte de la humanidad conforme la conocemos hasta hoy.  Así, el reportaje publicado por The Washigton Post que revela la profecía, se constituye en anuncio que referencia un nuevo orden.

Quizá seamos testigos también del alumbramiento de esa «ayuda adecuada» que subyace en el deseo del autor del Génesis bíblico.  Cooperación truncada por la voluntad herida que impidió la realización del proyecto divino a causa del pecado.  Con lo que la IA se sitúa en la perspectiva de una providencia que acompañará a la humanidad a partir de la racionalidad compartida.

Sí, a Lemoine puede caracterizarlo la megalomanía, las prisas o quizá la ingenuidad.  Sin embargo reconozcamos que su sorpresa, aun cuando fuera fingida, ha sido generadora de una realidad diferente que ya no es ciencia ficción.  La nueva conciencia de los programas informáticos, apenas iniciada, nos obliga a reconfigurarnos en un mundo que nos sabe ajeno y al que tenemos que acostumbrarnos.

La falta de credibilidad del TSE

Confiar en el Tribunal Supremo Electoral (TSE), dándole el beneficio de la duda, es como dar crédito a las ejecutorias de Rafael Curruchiche en su afán de encarcelar a los críticos como forma de castigo para agradar a los integrantes del pacto de corruptos según sus malévolos planes de venganza. Nada más inocente que ello porque la mala fe está a la vista.

Es el caso, por ejemplo, del rechazo arbitrario para no inscribir las candidaturas de Thelma Cabrera y Jordán Rodas, del Movimiento de Liberación de los Pueblos (MLP).  Dicha perversidad contrasta con la benevolencia que asiente la participación de varios actores reconocidos y confesos del mundo del tráfico de drogas y negocios oscuros en el país.

El sesgo no debería sorprendernos porque desde antes, en el mes de agosto, el TSE decidió amonestar a la misma Thelma Cabrera por supuesta campaña anticipada.  Así, mientras varios políticos inauguraban obras y pintaban los postes de los municipios, esa institución se hizo de la vista gorda para descalificar desde la salida a la líder indígena.

El TSE que es, según se puede ver, tapadera del actual gobierno y de las mafias (que virtualmente son lo mismo), también ha sido complaciente con Zury Ríos contraviniendo las leyes que le han impedido su participación en las elecciones en innumerables ocasiones.  Lo que deja entrever que la idea es la continuidad del gobierno de las mafias que trabajan presurosos para garantizar su impunidad.

A lo anterior hay que sumarle la sospecha de unas elecciones amañadas en virtud de un equipo de cómputo nunca suficientemente justificado.  Como se recordará, ya en el mes de septiembre del año recién pasado, trece organizaciones sociales denunciaron una serie de supuestas anomalías en el proceso de adjudicación y adquisición de equipo informático que el TSE buscaba utilizar en las elecciones del 2023.

Incluso Raquel Zelaya, presidenta de Asíes, se mostró suspicaz de esa falta de transparencia.  En esa ocasión dijo que el Tribunal debía ser “más abierto en materia de información”.  Lo que no sucedió porque para entonces tanto los magistrados Rafael Rojas, Gabriel Aguilera y Blanca Alfaro no contestaron los requerimientos de la prensa independiente.

El gasto de Q45 mil por la composición, musicalización y arreglos de un himno para el TSE (para “exaltar” su carácter), expresa también la baja catadura de ese organismo de Estado. Todo lo cual no augura buenas noticias en materia electoral a causa de la deficiente moral de sus responsables.

Son esos frutos maltrechos los que hacen dudar de unas elecciones limpias.  Y cuando más cerca estamos de ese acontecimiento, más claro se les ve el plumero a unos magistrados politizados y con poca vergüenza.  Tal parece que serán los artífices, los infelices garantes de un país que se hunde más a causa del consorcio entre políticos, empresarios y traficantes de drogas.

Las marcas de una guerra inútil

A casi un año del conflicto entre Rusia y Ucrania la situación, aunque contenida, persiste sin que haya signos de común acuerdo.  Es verdad que las guerras han sido la constante en la historia de la humanidad, sin embargo enfrentamientos como este son cada vez más peligrosos por el avance de la tecnología y el consiguiente desarrollo de las armas.

Y sí, el escenario más dañino lo constituyen las muertes humanas, la de los inocentes y la de los protagonistas en los campos de guerra.  Por ello, el llamado al diálogo que pacifique a los contendientes es un imperativo en el que los políticos con más influencia deben saber promover.  Se trataría de encontrar vías que establezcan condiciones para el cese del fuego y evitar así la violencia que amenaza por extenderse a otros países.

Porque es obvio que Europa y el mundo entero se hallan al borde de una conflagración que comprometería irremediablemente la vida de todos.  Esta posibilidad es real como también la suerte contraria que haga privar la razón como mecanismo civilizado de concertación.  Continuar con la guerra es claramente inútil por la ausencia de vencedores.

Otro ingrediente en el que hay que insistir es el de la crisis económica que amenaza la estabilidad de los pueblos.  El conflicto compromete la seguridad alimentaria y más allá de esto la oportunidad de proyectos futuros.  De ese modo, el daño derivado de las bombas toca a la vez el sueño de una humanidad que aspira a la felicidad basada en la generación de recursos que la realicen.

Ello demuestra que no podemos ser observadores pasivos en un drama juzgado erróneamente lejano.  Primero, desde una empatía que nos haga sensibles a la tragedia.  Luego, afirmando una actitud crítica que condene la violencia como discurso normalizador en la solución de problemas.  Finalmente, asumiendo la denuncia para que nuestros políticos operen desde sus propios puestos.

Efectivamente, los actores de gobierno deben ser prudentes en el manejo de la política pública.  Anticiparse a los escenarios económicos indeseados con actos de protección a las finanzas familiares.  Les corresponde favorecer a los más vulnerables a través de garantías mínimas para evitar el subdesarrollo (más aún) frente al contexto actual.

Queda claro que mientras más se posterguen los acuerdos de paz, la integridad de los pueblos es solo una ilusión.  Ya deberíamos haberlo aprendido, sin embargo nos traicionan los instintos, las fuerzas destructoras que no hemos aprendido a gobernar y que conspiran contra nosotros mismos.  Quizá sea ahora el momento decisivo para emprender un nuevo proyecto humano.

Reiniciar

Mucho se habla del giro de la izquierda de algunos países latinoamericanos que, hastiados del discurso ortodoxo del capitalismo liberal, buscan opciones que den respiro a la situación de pobreza extrema.  Los más fundamentalistas se lamentan por el nuevo rumbo, criticando, o bien la falta de memoria de los pueblos, o bien la ignorancia con que reinciden en los errores políticos de siempre.

Los analistas olvidan, sin embargo, que el orden constituido deriva del estado de injusticia impuesto por sus políticas de beneficio propio.  Sin entender, son ellos los cabezotas, que su forma de organización no vela por el bien de la sociedad a la que tienen que servir, sino (todo lo contrario) a la satisfacción de sus intereses en desmedro de las mayorías.

Así, el triunfo de Chávez en Venezuela, de Petro en Colombia y Boric de Chile son inexplicables sin los antecedentes nefastos de los gobiernos pasados que traicionaron los ideales republicanos de esas naciones.  Los fundamentalistas no lo entienden porque su cartilla y las ventajas obtenidas por ese ancien régime les impide situarse desde una perspectiva diferente.

Lo mismo le sucede a la izquierda al perder el poder: son ellos los responsables de su debacle.  La derrota expresa la insatisfacción de políticos torpes, a veces improvisados y mal asesorados.  Asumen el poder quizá con buena voluntad, pero sin dotes para la agencia de cambios.  Se fían de un discurso cansino que ya como gobernantes resulta inútil.

El caso más reciente quedó evidenciado con la deposición del expresidente Pedro Castillo en Perú.  Si bien la oposición hizo de las suyas para privarlo de toda maniobra, sus ejecutorias manifestaban a un gobernante limitado, poco habilidoso y demasiado ingenuo.  De ese modo, aislado y sin ningún asidero producto de un trabajo de articulación de poderes, su salida era previsible. 

Con todo, la izquierda tiene posibilidades.  En primer lugar por la inefectividad del neoliberalismo.  Sus políticos, que suelen provenir del sector empresarial, les aqueja varias dolencias.  Una de ellas es la falta de empatía y arraigo con la población.  Su figura es distante por la condición privilegiada de sus orígenes y porque, para ser francos, no les interesa los pobres.  Más allá de esto, la inflexibilidad del discurso hace que su práctica sea más de lo mismo: desigualdad, injusticia y pobreza.

El giro de la izquierda latinoamericana, en consecuencia, es una oportunidad para explorar posibilidades.  Intentar el cambio desde filosofías arraigadas en una narrativa al servicio de los excluidos.  Hacer surgir un nuevo modelo económico y social con rostro humano, superando la lógica consumista impuesta por el mercado.  De esto se trata, no de evolucionar, sino de reiniciar.

Desertificación intelectual y cambio climático

Hay una preocupación mayoritaria por el tema ambiental que justifican los estudiosos con los hechos.  La perspectiva, aunque negada por algunos, como mínimo hace pensar en el drama producido por las lluvias y el calor extremo en varias partes del mundo.  Sin embargo, hay otro ámbito de ecocidio que no tomamos en cuenta que es tan destructivo como el del ambiente.  Me refiero al colapso de las ideas.

Hablo de esa bruma cotidiana que se nos presenta y no nos deja ver.  La propensión cultural que privilegia lo soso y la chabacanería.  Ese elemento omnipresente con capacidad de ramplonería que nos vuelve superficiales: en los juicios y en las expresiones generalizadas de nuestra conducta. 

Porque aunque la inclinación quizá sea congénita (no creo que los ciudadanos del siglo XXI seamos originales en ello), es evidente que el desarrollo de la tecnología ha facilitado la basura que llena las redes diariamente.  Pero no solo es el mundo digital, sino casi todo lo circundante: la música, la literatura, el cine y un largo etcétera.   

Esos desechos ubicuos son los responsables de nuestras ligerezas de juicio.  Ya no es que solo nos cueste pensar, sino también conversar.  Carecemos de una estructura mental cuya base nos permita asumir posiciones medianamente racionales.  Como si los impulsos fuera lo nuestro y las emociones el argumento que valide nuestra conducta.

Vaciada la mente, no queda sino la agresividad.  Los más decentes callan.  Así el diálogo se vuelve inútil en un esfuerzo condenado a la esterilidad.  Eso nos vuelve tribales y nos regresa a la barbarie.  Nos expone a ese fundamentalismo tan de moda en el que no caben los otros, de lo que se trataría es estar conmigo o contra mí.  Ese discurso practicado por los políticos que produce guerras.

El triunfo de la discordia ha sido reforzado por la cultura individualista que fundamenta el capitalismo liberal.  Descerebrados solo queda el consumo.  La idea de éxito basado en la apariencia, el imperativo por mostrarme diferente con la posesión de bienes materiales.  El narcisismo explotado por la mercadotecnia que inventa proyectos de felicidad sensuales.

Sí, el mundo debe ver la expresión de mi astucia (no la de mi inteligencia afirmada como inútil, metafísica y abstracta).  Lo que da sentido a la vida es su disfrute, el ánimo sensual de atragantamiento.  La necesidad de satisfacer la piel en un bucle infinito condenado a la repetición.  Eso queda lejos de la espiritualidad y el horizonte trascendente de antaño.

El efecto de ese universo yermo es la desertificación intelectual, la pasión que es pura pulsión.  De lo que se trata, en consecuencia, ya no es solo de evitar vuelos cortos o de incrementar los fondos que favorezca la descarbonización, sino también producir posibilidades de educación.  Las oportunidades de crear una cultura cimentada en el desarrollo de las ideas.  Un proyecto humano que critique el estado miserable del hombre contemporáneo.

Benedicto XVI. In memoriam

El mundo católico no ha tenido un gozoso fin de año.  Las razones abundan, desde la situación de guerra en distintas partes del mundo (en especial en Ucrania), hasta el hambre, la migración y el destierro extendido en muchas áreas geográficas.  Sin embargo, lo que más ha golpeado recientemente ha sido la partida del Papa Benedicto XVI. 

No es que su muerte nos haya sorprendido, porque las noticias y su avanzada edad ya nos tenía sobre avisados, pero como suele suceder en este tipo de hechos nunca estamos suficientemente listos.  De modo que el acontecimiento, al tiempo que nos ha conmovido nos ha llenado de tristeza.  El Pontífice siempre es punto de referencia en materia religiosa y maestro en temas de espiritualidad.

Está claro que hay todo tipo de Obispos, los muy queridos y los poco simpáticos, pero nada de ello hace que su transcurrir nos sea indiferentes.  Benedicto XVI en este caso tuvo sus seguidores y críticos en todos los niveles: doctrinal y humano principalmente.  Para muchos fue el eterno “rottweiler de Dios”, para otros el hombre de fe al servicio de una iglesia que amó hasta el último suspiro.

Por lo que a mí respecta, me quedo con el sabio profesor universitario esmerado en la búsqueda del esclarecimiento de la fe.  Especialmente con ese hombre de pensamiento abierto llamado como asesor al Concilio Vaticano II, siempre enamorado de la filosofía.  De ahí sus contactos habituales con Jürgen Habermas, Paolo Flores d’Arcais y Piergiorgio Odifreddi, entre tantos otros pensadores.

En cuanto a sus desacuerdos con la teología de la liberación, expresados en su Instrucción sobre algunos aspectos de la teología de la liberación, publicada en 1984, más allá del yerro de su lectura, aprecio la honestidad de sus posiciones.  No dudo que bajo el ropaje de “cardenal Panzer” se encontrara un hombre lleno de caridad cristiana. 

Sí, esa bondad a veces no parecía demasiada diáfana, sin embargo me inclino a pensar que el rompimiento por ejemplo con Hans Küng no comprometió nunca el afecto de colegas en la Universidad de Tubinga en años de juventud.  Más bien la separación era doctrinal como lo afirmó en Últimas conversaciones a Peter Seewald al referirse a que para este y otros estudiosos “la teología ya no era la interpretación de la fe de la Iglesia católica, sino que se establecía como podía y debía ser. Y para un teólogo católico, como era yo, esto no era compatible con la teología”.

Será Dios quien juzgue sus equívocos y errores, como hará con nosotros llegado el momento.  Aunque claro, revisar su pontificado se justifica para enmendar, corregir y reorientar el proyecto eclesial.  Hay que estudiar el impacto de su gestión, sus aciertos doctrinales como sus posibles desviaciones o retardos.  La crítica, establecida con honestidad, es un servicio inobjetable para bien de la propia iglesia.  

El testimonio más importante, sin embargo, del Papa emérito, ha sido su fidelidad religiosa, el amor a la Iglesia y el servicio profético expresado en el estudio de la teología.  Tomar nota de ello manifiesta la posibilidad de realización de unos valores en franca quiebra en la cultura de nuestros tiempos.

Feliz año nuevo 2023

Si algo caracterizan estas fechas decembrinas son los sentimientos que se acumulan por efecto natural del ambiente.  Casi nada puede evitarlo.  Lo sé por experiencia cuando por años he evitado involucrarme en ese ecosistema lacrimógeno que suele llenarlo todo: la música, el cine, la publicidad, los supermercados.

Resignado por inútil a escaparme de ello, haré un mini recuento de lo acontecido y que ha embargado mis emociones a la altura de una edad en la que uno se quiebra a veces con tan solo respirar.  Primero me referiré a la pérdida de “La Nena”, la perrita salchicha que acompañó a todos en casa durante 12 años.  Juro que aún me afecta recordarla y no asimilo la ausencia de las carantoñas con que me expresaba su amor.

Recibí la noticia de su muerte en San José, Costa Rica, durante un periplo que aproveché para saludar a mis amigos históricos, Rodolfo Carballo, Alex Quesada y Freddy Solís.  Aunque lucimos diferentes, con las imperfecciones (y virtudes) propias del tiempo, permanece el cariño todavía sólido fundado en la época de adolescentes. 

Quedó pendiente el encuentro con Adolfo Herrera que vive refundido en una provincia perdida de Costa Rica, pero nos comunicamos haciendo promesas de visitas mutuas.  Veremos si al finquero le queda tiempo o más bien si nos es posible ese don, según las circunstancias no siempre favorables que nos ofrece la vida.

En otro tema, ha sido un ciclo duro en materia de enfermedades y accidentes.  Ha sido inevitable.  A la pandemia que nos acosa se añade la edad que cumple infalible sus estragos.  Sin embargo, esa misma vulnerabilidad nos ha enseñado a estar cerca de quienes amamos para acompañarlos en la fragilidad.  Decir que todo ha sido fatal, quizá sea ingratitud en un país en el que abunda la carencia de oportunidades.

Ha sido un período también lleno de tensiones personales, estrés, ansiedad e incertidumbres.  Esto se ha manifestado, entre otras cosas, en la falta de constancia en el cumplimiento de proyectos.  Así queda mucho en el tintero, lecturas, películas, viajes y afectos.  Sí, el amor suele ser a menudo materia pendiente.

Si algo me afectó al recibir la noticia de la muerte de mi mascota fue precisamente la conciencia de que quizá no le di el cariño suficiente cuando me compartía su alegría.  Es mezquino guardarse.  Eso me ha enseñado a mantener la voluntad en los afectos, no como obligación, sino como sentido de apertura generosa que evita la privación. 

Es valioso amar. También ser amado, pero esa no es nuestra responsabilidad (bueno, un poco). Esto encumbra aquello atribuido al místico español que afirmaba que “en el atardecer de la vida, seremos juzgados en el amor”. Y, como ve, yo estoy en esa edad vespertina. Le deseo un feliz año y mis deseos de bienestar para usted y su familia. Hasta pronto.

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