Todo puede reducirse quizá a la educación. De ella dependemos para sobrevivir o, más aún, para tomarle gusto a la vida. A veces, sin embargo, no reparamos en su valor y damos clausurado el itinerario cuando salimos de las aulas. Tal vez pensemos que sea suficiente por sentirnos mayores, por razón de pereza, frecuentemente por inconsciencia.