Más de lo mismo

Un día después de las elecciones, de goma electoral, fatigados por el desvelo y recuento de los votos, admitamos que todo es un Déjà vu.  Nada nuevo bajo el sol.  Los contendientes que quedaron son los que el sistema, con precisión de relojero, ofrecieron a la ciudadanía para enmascarar su deseo de continuidad.

¿O acaso piensa que hay diferencia ideológica entre los que van a segunda vuelta?  Son la misma cosa.  Se trata de personajes con reputación cuestionada, pero más que eso, dispuestos a pasar los próximos cuatro años no para servir al país, sino para entregárselo al crimen organizado, para cogobernar con el sector empresarial y para regresar al régimen de impunidad.  O sea, en Guatemala no ha pasado nada.

Amagos de cambio, pantomima, remedo, ilusionismo burdo.  Ya verá cómo no nos equivocamos.  En primer lugar, el nuevo o nueva gobernante continuará con la cantaleta de que hay que fortalecer el Ministerio Público, a sabiendas que es un ente inútil en el país.  Seguirá el discurso del nacionalismo, para evitar que se le cuente las costillas a causa del latrocinio generalizado.  Pero, sobre todo, veremos cómo van saliendo de prisión uno a uno los delincuentes encarcelados con exceso de evidencia de la corrupción en la que participaron.

Otro dato importante del gobernante que se avecina tiene que ver con su equipo de trabajo.  Verá cómo los mismos ocuparán puestos importantes dentro del sector de Relaciones Exteriores, Economía, Finanzas… y hasta Cultura.  La idea es repartirse el pastel no solo entre los cercanos que colaboraron para llegar a la presidencia, sino para complacer al sector poderoso que nunca está suficientemente satisfecho.

Así las cosas, volveremos al irenismo que quieren los poderosos. Un país apaciguado, desnutrido, pobre y sin porvenir, pero eso sí, maquillado con el “limpia y verde” de las municipalidades.  Con campañas de positivismo y de “poner en alto el nombre de Guatemala”.  Una nación hecha a la medida del gran capital, en la que pacíficamente puedan seguir extrayendo las riquezas del país (porque les pertenece, es su patria, la del criollo).

Lo triste del acto montado ayer y prolongado hasta la segunda vuelta es la participación de la ciudadanía avalando la puesta barata en escena.  Miles de guatemaltecos ilusionados en espera de un cambio que fantasiosamente esperan en su corazón.  Sin la malicia de comprender la maldad de quienes montaron el espectáculo, creyendo que de su responsabilidad cívica vendría una transformación sustancial para el país.  Timados por un sistema incapaz de establecer la justicia y permitir el acceso a los bienes que puedan sacarlos de la miseria. 

Sí, señores, lo de ayer es más de lo mismo.  Seguimos haciéndole el juego a los políticos sin saber cómo actuar ni qué hacer.  Interesados más en preservar el trabajo y alimentar a nuestros hijos, que en imaginar conspiraciones o tratar de poner en jaque al statu quo.  Nos sentimos quizá demasiado mínimos, suspicaces entre nosotros, desanimados y sin ningún líder que nos estimule para detener el saqueo del Estado.  Somos presa demasiado fácil para la realización del interés de los poderosos.

El derecho a la intimidad

Estamos entregando nuestra privacidad de una forma excesivamente frívola y alegre.  Es lo que me preocupa”. Ramón López de Mántaras. 

Imagine vivir en una casa con las paredes de cristal y que desde fuera cualquier pudiera ver todo lo que hace. Sus movimientos, sus hábitos y sus conductas”.  Ese es el panorama que ofrece el director del Instituto de Investigación e Inteligencia Artificial del CSIC, Ramón López de Mántaras, en un texto del diario español El País, a propósito de extensión de los cacharros inteligentes cada vez más populares y ubicuos en las residencias de los países del mundo occidentalizado.

Con la llegada de las redes de quinta generación (5G) que acelerará su velocidad, los aparatos inteligentes están destinados a multiplicarse para hacer posible la interconexión digital de objetos cotidianos con internet (termostatos, lámparas, vehículos y refrigeradores, entre otros).  Esto es, la realización de lo que llaman “el internet de las cosas”. Hecho que para el investigador no es tan buena idea ya que las grandes empresas tecnológicas podrían obtener mucha más información de los consumidores de las que tienen ahora.

Tener multitud de objetos y aparatos en tu casa conectados a Internet es muy mala idea. Pueden saber lo que consumes, lo que compras, cuándo lavas la ropa, qué cocinas, qué comes e incluso cosas tan íntimas como las que ocurren dentro de tu cuarto de baño”, explica.

El hallazgo de López de Mántaras no es novedoso, a menudo las secciones de noticias periodísticas y las investigaciones científicas reportan los efectos perniciosos del mundo digital en materia de violación a la privacidad.  Las grandes empresas tecnológicas, Apple, Alphabet, Microsoft, Facebook y Amazon, saben demasiado de nosotros y no siempre hacen buen uso de esa información.

Lo habitual es que vendan la información a las firmas comerciales, la empleen para publicidad (el 98.5% de los ingresos de Facebook provienen de la publicidad, ya casi superando a Google) o la usen con distintos fines, como políticos, según hizo la misma Facebook al vender información a la consultora Cambridge Analytica para generar anuncios políticos dirigidos a favorecer la campaña presidencial de Trump y el Brexit del Reino Unido.

Con todo, somos inconscientes del riesgo y entregamos nuestra privacidad sin rubor. Así, por ejemplo, al no ser cautos con Facebook y otras aplicaciones, autorizamos todos los permisos en las plataformas, dándoles acceso a nuestra información a través de las actividades que realizamos en nuestro teléfono inteligente: llamadas, mensajes SMS, agenda de contactos, cámara, micrófono… y más.

Otra vez es necesaria la información para hacer conciencia a las personas de su derecho a la intimidad, de los riesgos que comporta la introducción de la tecnología al hogar y, finalmente, de la ética de las empresas tecnológicas en el empleo de los macrodatos.  Con lo anterior, es primordial educar a los jóvenes en el pensamiento crítico y el desarrollo de conductas que los pongan a salvo del inhóspito mundo digital.

Púberes

Best places to cry on campus 2015

        “Los niños son completamente egoístas; sienten sus necesidades intensamente y se esfuerzan sin piedad para satisfacerlas”. Sigmund Freud

Si el análisis de algunos pensadores como Javier Marías, fuera exacto, y nos diera una radiografía del carácter de las generaciones recientes, debemos considerar que estamos frente a una sociedad, pusilánime, frágil e hipersensible.  Lo que es preocupante no solo por los nuevos retos que enfrentamos, sino por la sofisticación de la tecnología en manos de tantos impostores.

No vivimos tiempos para lloriquear, dice el novelista español, que alude a esos “cry rooms” y “pet rooms” en los colleges de los Estados Unidos.  Espacios creados para que los púberes universitarios contrariados por circunstancias adversas se desahoguen y encuentren consuelo.  Curioso, dice Marías, que estos universitarios busquen conversación con seres irracionales. “Creerán que pensar es abyecto, una contrariedad y una anomalía”.

La idea de que la nuestra es una generación de porcelana contrasta con el imaginario estoico del pasado reciente que afirmaba la fortaleza como virtud cardinal.  ¿Fortaleza?  Sí, esa que definía el Catecismo católico como “la virtud que hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa”. 

Ese lenguaje ha pasado de moda e imperativos como los de Epicteto, “sustine et abstine” -soporta y renuncia-, dicen poco a nuestra lacrimógena sociedad contemporánea entregada a cuerpo de rey al hedonismo y el consumo ilimitado.  Comunidades líquidas, como diría Bauman en su estudio sobre la “Vida líquida”.

Ese texto, fundamental para la comprensión de lo que hablamos, reconoce que, si bien el consumismo es signo de nuestros tiempos, no lo hemos inventado en el siglo XXI.  Consumistas hemos sido siempre (igual que pueriles), la diferencia estriba, primero en la facilidad cómo producimos bienes en el presente, y, segundo, en nuestra imposibilidad de aplazar la satisfacción -como eternos niños que somos-.

El mundo se ha vuelto un kindergarten, enfatiza Marías.  Y lo confirma Lyotard, al indicar que la imagen del niño representa lo que es en sí misma la humanidad.  “Privado de habla, incapaz de mantenerse erguido, vacilante sobre los objetos de su interés, inepto para el cálculo de beneficios, insensible a la razón común, el niño es eminentemente lo humano porque su desamparo anuncia y promete los posibles”.  Así tal cual es la conducta de nuestros jóvenes y quizá, más extendidamente, la sensibilidad (o sensiblería) del resto de los seres humanos que habitamos el planeta.

¿Tendremos que volver a las prácticas espartanas o cuanto menos a un modelo de educación que saque músculos a los jóvenes?  Ese parece ser el desafío próximo de la educación actual, sacudir, ejercitar, desamodorrar en busca de la fortaleza necesaria para cambiar el mundo insólito en que vivimos.

Terremotos

Tremblement de terre”, así le llaman los franceses a los movimientos telúricos que nos espantan y hacen que nos paralicemos sin saber cómo reaccionar.  Tomado literalmente hablamos de terremotos, pero en clave alegórica algunos se refieren a esos momentos fundamentales que nos causan más que miedo, angustia.

Hablamos de experiencias existenciales que nos mueven el piso o circunstancias inesperadas que afectan nuestro sentido de vida.  Son esas noches oscuras, mencionadas por san Juan de la Cruz en la que el alma no encuentra sosiego por las convulsiones del espíritu.  Ya usted sabe a lo que me refiero.

Las sacudidas son habituales en la Biblia, como cuando en los Hechos de los Apóstoles, Dios hizo temblar la tierra estando San Pablo en la cárcel.  El texto dice así:

Entonces sobrevino de repente un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la cárcel se sacudieron; y al instante todas las puertas se abrieron, y las cadenas de todos se soltaron”.

El Dios cristiano parece tener afición por los sismos para sacar de la indiferencia a los que duermen.  Quizá sea su manera para poner en shock la vida amodorrada, dormida o anestesiada por tanto aburrimiento cotidiano.  Pero no solo para ello, sino quizá para manifestar su gloria e indicar que lo sucedido no es de poca monta.  Un ejemplo clásico es el de la muerte de Cristo narrada por el evangelista Mateo.

«Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido se levantaron«.

¿Es un recurso narrativo de los hagiógrafos para llamar la atención?  Probablemente sí.  Los terrae motus (o los movimientos de la tierra, según el latín vulgar), difícilmente dejan impertérritos los espíritus.  Más aún si en la infancia una experiencia de tal magnitud provoca un trauma insuperable en la vida de las personas, como quizá les suceda a muchos en el istmo centroamericano.

Quien quizá mejor comprendió la perspectiva religiosa de los terremotos fue Voltaire, pero para burlarse del optimismo metafísico de Leibniz, en su idea de que este mundo es le meilleur des mondes possibles.  Primero lo evoca en su “Poème sur le désastre de Lisbonne” y más adelante en su “Candide, ou l’Optimisme”.  El infame (es un decir, claro), profana el acontecimiento para afirmar el mal radicado en el mundo: “Il le faut avouer, le mal est sur la terre”.

Como sea, en Guatemala los terremotos son tan ordinarios que ya casi nos acostumbramos.  Y no solo aludimos a la actividad de fallas geológicas, sino a las sacudidas a las que nos exponen a diario los políticos, los empresarios, los banqueros y hasta las experiencias emocionantes derivadas de un amor en ciernes… vaya circunstancias permanentes las nuestras.

La vida amarga

La vida fuera más sencilla si dejáramos de preocuparnos de muchas cosas, la economía, los afectos, la política, los deportes y hasta nuestra apariencia personal, las dietas, el ejercicio y la salud.  Vivimos empeñados en hacer de nuestra vida un suplicio constante, sin darnos cuenta de que nos consumimos en aquello que Sartre llamaba “pasión inútil”.

¿Por qué participamos de semejante experiencia desgastante?  Quizá porque somos demasiado sentientes y vivimos condicionados por esas sensiblerías que cuentan tanto en nuestra conducta.  Al punto que no podemos pensar sino desde ese horizonte sensible.  Como decía Nietzsche, “nuestros pensamientos son las sombras de nuestros sentimientos, siempre más oscuros, más vanos, más sencillos que éstos”.

Se trata la existencia, entonces, en acostumbrarnos a lo que Darío llamaba “el dolor de ser vivo”.  Porque la vida es eso, una especie de fatalidad al experimentar cotidianamente una herida expuesta sin que apenas podamos curar.  Una fatalidad, según el vate nicaragüense, quizá fundada en la enseñanza de Buda, aunque él no la viviera.  Recordemos que el poeta, al decir de Unamuno, más que apasionado era sensual; “sensual y sensitivo”.  Incansable bebedor, testimonió Ricardo Baroja.

Y es que si la vida es sufrimiento tenemos que intentar evitarlo.  No es otra la intención del iluminado al referirse a las Cuatro Nobles Verdades y una de las funciones de las religiones para superar la tristeza en el “lacrimarum valle”, un espacio de padecimientos que debemos soportar estoicamente, esto es, con resignación.

Más profanamente podríamos decir que la industria humana consiste en la vida buena o quizá como diría Victoria Camps, en el gobierno de las emociones.  O sea, aspirar a no dejarse atrapar por el ímpetu del momento, la seducción de instante o el embrujo del ahora, con tal de orientar la vida hacia buen puerto, superando los cantos de sirena con ese carácter probablemente más propio del guerrero.  Camps resume la utopía de la siguiente manera:

Llevar una vida correcta, conducirse bien en la vida, saber discernir, significan no solo tener un intelecto bien amueblado, sino sentir las emociones adecuadas en cada caso. Entre otras cosas, porque, si el sentimiento falta, la norma o el deber se muestran como algo externo a la persona, vinculado a una obligación, pero no como algo interiorizado e íntimamente aceptado como bueno o justo”.

He dicho “utopía” porque aprender a vivir no es fácil.  Somos arrastrados por principios o estructuras personales que, si no nos gobiernan, obstaculizan nuestras decisiones alejándolos del anhelo de una existencia gozosa.  Y nada más difícil que el equilibrio en ese maremágnum de emociones que experimentamos con tan solo respirar.  Es la triste realidad, Darío lo sabía al concluir que “la vida es dura. Amarga y pesa”.

La coprofilia en la era digital

La era digital ha puesto de manifiesto, entre tantas cosas, la producción de basura con la que inundamos el mundo y la fragilidad humana de su consumo.  No somos peor que nuestros antepasados, pero sí quizá más propensos a los deslices como consecuencia del acceso a un universo de bienes al alcance de la mano.

Pongamos por ejemplo el cine.  Creo que nunca ha habido tanta oportunidad como hoy de ver y degustar mucha diversidad cinematográfica.  El acceso fácil a las cámaras, las plataformas y las tecnologías han facilitado la creación de propuestas que no siempre tienen un resultado apegado al arte bello.  El resultado está a la vista, propuestas mediocres, ramplonas y de fácil consumo para un público poco exigente, habituado a la comida chatarra cultural. 

El mismo discurso cabe para el ámbito literario.  Escribir y publicar ya no es facultad de unos pocos genios tocados por las musas.  Hoy se abren blogs, se multiplican las empresas editoriales alternativas y las organizaciones literarias ofrecen apoyos para la edición de textos.  Quien no quiere publicar es porque no quiere.  Infortunadamente, como en el cine, se produce mucha basura en un río de tinta derramada impunemente.

La lista puede continuar, la pintura, la escultura, el performance, la música, la fotografía, la danza, el teatro y un etcétera que dejo a su libre elección y creatividad.  Hay una especie de perversión en las propuestas artísticas derivada a veces de la poca formación de los creadores, pero, sobre todo, creo, de la facilidad de las plataformas digitales que permiten muchas de las aventuras poco ingeniosas.

Por fortuna, y esto es parte de la decadencia a la que me refiero, hay mucha gente dispuesta a consumir la basura pululante del pseudo arte.  Personas conectadas a Netflix, por ejemplo, consumiendo las series fáciles (con la misma fórmula ramplona) de sus productores. Jóvenes vagando por la red, haciendo escala en YouTube entreteniéndose con las chabacanerías de los youtubers en su afán por conseguir “like” para genera ingresos.  Es una historia sin fin.

Sin olvidar, evidentemente, las propuestas de los Instagramer que inundan la red con memes y ocurrencias poco afortunadas en la que muchos jóvenes (y adultos también) quedan enganchados.  Propagando no solo la mediocridad, sino impidiendo el desarrollo de un paladar más sofisticado entre las jóvenes generaciones que crecen a menudo en países con mucha (y poca) abundancia económica.

En consecuencia, la irrupción de la tecnología ha producido lo mejor y lo peor de la humanidad.  Expresa esa tendencia humana fácilmente satisfecha, perezosa y superficial.  La exquisitez no ha sido moneda corriente entre los homínidos.  ¿Hay novedad en ello?  No.  Lo sorprendente quizá sea cómo el desarrollo de la tecnología ha permitido mostrar al desnudo y con desparpajo ese prurito muy nuestro a la coprofilia.  ¿No le parece lamentable?

Nostalgia por l’Ancien Régime

Cuando el CACIF se refiere a que debemos invertir más en el Ministerio Público y establecer planes para que por nosotros mismos superemos la corrupción (porque les preocupa), los agremiados quieren decir que las aguas deben volver a su cauce porque el “experimento CICIG” les ha perjudicado y ha puesto tras las rejas a muchos conocidos y amigos.

Se trata de una invitación al retorno de lo mismo, a la vuelta de “l’Ancien Régime”, período en el que ellos gobernaban a sus anchas a través de dirigentes manipulables para administrar el pecunio público.  O sea, el establecimiento de la corrupción campante y la impunidad sin límites.  No es más que eso lo que hace suspirar a los chicos industriales y comerciales de nuestra Guatemala.

Los señoritos han sido honestos, la CICIG no les ha caído en gracia absolutamente.  Se sienten inseguros y amenazados como pocas veces por plebeyos que súbitamente les han alzado la voz.  Eso es un hito, impensable e intolerable.  Frente a ello, humillados, han derrochado plata para volver a la Guatemala de sus sueños, esa en el que ellos ponen y disponen según su santísima voluntad.

Por ello, las elecciones, en sus planes, son de capital importancia.  Apuestan por un presidente que, si no es de ellos, al menos pueda ser influenciable para volver a los negocios turbios. Y si no, como mínimo, les permita subsidios y ventajas para obtener ganancias sin mayor riesgo, lejos de la prédica de sus centros universitarios donde enseñan exactamente lo contrario.

Para el CACIF no hay otro discurso que el de la ganancia, es su mantra, aunque digan que aman el país y les preocupa la corrupción.  Y nadie dice que el lucro sea malo, lo es sólo cuando se convierte en un absoluto que pervierte lo que toca. Sin responsabilidad social, justicia ni ética.  Vicios que la CICIG para su vergüenza ha dejado al descubierto, sin que apenas hayan podido desmentirlo.

No, señores, la cólera ciudadana no es por envidia, la mayoría de los columnistas no somos marxistas-leninistas, no nos interesa la lucha de clases ni la división de Guatemala, no destilamos odio ni venganza por sus cagadales patrios, pero sí somos conscientes que sus opiniones y decisiones jamás van encaminadas al bien del país.  El más humilde de los guatemaltecos sabe que el CACIF es un grupúsculo organizado que defiende únicamente el derecho de su nariz, la ganancia y el capital puro y duro sin escrúpulo, límites ni moral.

¿Generalizaciones?  Concedido.  Puede que sea injusto no reconocer la labor de algunos, pero la tendencia es tan generalizada que apenas hay espacio para celebrar la bondad peregrina de los que en verdad hacen país y generan riqueza lejos del amparo de las arcas del Estado.  Y sí, claro, que sea Dios el que no haga llover fuego al encontrar un solo justo entre nuestros oligarcas.  A nosotros nos toca, lejos de la ubérrima misericordia divina, enfrentarlos para que no continúen conspirando contra Guatemala.

Impúdicos

El problema de involucrarse en el universo de nuestra política consiste en la facilidad de transgredir.  Alguno me dirá que existe la posibilidad de salir invicto de semejante aventura ética.  Lo acepto.  Sin embargo, esto no disminuye el alto riesgo de los osados en ese tipo de experiencia extrema.  Sí, existe la probabilidad de que se den excepciones, pero es solo eso, casos aislados.

No creo que algunos se corrompan por maldad congénita, sino por un contexto (arcas abiertas, le dicen) en el que todo está dado para pequeños o grandes deslices.  Ya sabe, viáticos, nepotismos, mordidas, timos… el sistema facilita muchas triquiñuelas en las que escapar es tarea de titanes.  Sin olvidar los malévolos consejeros que muy prestos, como galgos, esperan vigilantes la presa.

Es que además vivimos tiempos adversos.  La cultura premia al osado, al aventurero y audaz.  Se considera tonto al que, teniendo oportunidades de enriquecimiento veloz, las deja pasar.  “No seas tonto, por algo Dios te puso en ese puesto. Es ahora o nunca”.  Ya ve cómo hasta la deficiente formación cristiana nos puede afectar sin que apenas nos demos cuenta. Retorciendo lo retorcible para autojustificar la perversión.

Todo conspira y estimula el latrocinio y los abusos.  Cómo sustraerse cuando la televisión (Netflix y demás) abren el apetito de consumo.  Los modelos de éxito son esas personas que gastan a mansalva, viajan y disfrutan de la vida con mujeres hermosas.  Gozan de reputación y tienen poder. Son respetables y viven en un mundo de comida abundante y experiencia opípara.  Los entiendo.  Cuán difícil es ser incorruptible en plena era de la posverdad.

Porque, además, la filosofía ha abierto un horizonte donde casi todo (¿o todo?) es virtualmente posible.  Ya no hay dioses que opriman con esas anacrónicas “tablas de la ley”, “decálogos” o sistema de normas rígidas.  La humanidad vive días de madurez -así se dice- lejos de antiguallas religiosas.  Somos libres y capaces de actuar según nuestros propios códigos, sin que la clerecía nos adoctrine y controle nuestras conciencias.

Ya ve cómo todo abona.  Estamos expuestos a una especie de ley moral que nos lleva por caminos de maldad.  Más aún cuando la mayor parte de quienes se involucran en política son ya de moral viciada.  Hombres y mujeres inescrupulosos con el objetivo claro y manifiesto de enriquecerse, robar y transgredir “sin tantita pena”.  Ya no “asesinos por naturaleza” como se llamaba aquella famosa película de Oliver Stone, “Natural Born Killers”, sino “capos congénitos”, desviados, perversos, hijos legítimos del mismísimo Belcebú.

Sí, no es fácil no transgredir en el estercolero político.  La mierda es demasiado rebosante y maloliente para no ser afectado por la inmundicia.  Aún así nos invitan a votarlos en las elecciones.  Algo así como “ven, no seas malo, llénate un poco de caca. Confía en mí”.  Qué audacia la nuestra al asistir a un acto tan impúdico.  Y ya viene infortunadamente ese día.

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