
Cada que se habla de los derechos de los animales no puedo dejar de pensar en la historia que mi padre contaba, con mucha tristeza por cierto, respecto al mes que dejó encerrado al King (nuestro perro mestizo que considerábamos pastor alemán) con mucha agua y poca comida, debido a la guerra cruenta en Rivas, durante la revolución sandinista en 1979.
Mi padre nos sacó de casa bajo bombardeos del ejército de Somoza para llevarnos al municipio de San Jorge que era presuntamente más seguro para pasar el asalto de los guerrilleros. Dejé al King, decía, para que cuidara la casa de los ladrones. En realidad, me parece que la razón era más sencilla, lo dejó abandonado (mi padre pensó que lo hallaría muerto) porque existía poca o nula sensibilidad en relación con los animales.
Una situación distinta al contexto actual donde cada vez más se habla del reconocimiento de los derechos de los animales como “personas no humanas”. Tal es el caso de Sandra, la orangutana argentina de 33 años, que ha sido reconocida recientemente como “sujeto de derecho”. Con ello, no sólo se le concedió en ese país un recurso de habeas corpus, sino que se le garantizó al animal, según se dictó, “las condiciones naturales del hábitat y las actividades necesarias para preservar sus habilidades cognitivas”.
¿Cómo llegamos a esto? Quizá no solo por una comprensión más amplia de la reflexión ética, sino por los avances de la ciencia. Sobre lo primero, deben citarse los aportes de filósofos y teólogos como Peter Singer en Australia y Leonardo Boff en Brasil, con cuyas ideas han mantenido abierto el debate y permitido un cambio de paradigma, según sus propuestas.
Boff, por ejemplo, invita a un cambio de perspectiva que permita la convivencia fraterna entre la inmensa comunidad de vida. Insiste en que los seres humanos no somos dueños de la creación (según una mala interpretación bíblica), sino un convidado más para vivir en armonía con los otros, la naturaleza y consigo mismo. “Se debe ampliar el principio kantiano: no sólo el ser humano es un fin en sí mismo, sino igualmente todos los vivientes y por eso deben ser respetados”.
En cuanto a la ciencia, al tiempo que ha evidenciado la capacidad sensitiva de los animales, esto es, por tener un sistema nervioso evolucionado, experimentan dolor, ansiedad, alegría y tristeza (sensaciones y sentimientos que no son privativos de los humanos), ha descubierto la posesión del mismo código genético de base: los 20 aminoácidos y las cuatro bases fosfatadas. Todo ello agrega valor a la petición de respeto que debemos a esa comunidad de vida y hasta el reconocimiento de una dignidad negada hasta hoy.
Por esa razón es que afirma el mismo teólogo brasileño que “desde esta perspectiva, todos los seres, en la medida en que son nuestros primos y hermanos/as y poseen su nivel de sensibilidad e de inteligencia, sufren, son portadores de dignidad y de derechos. Si la Madre Tierra goza de derechos, como afirmó la ONU, ellos, como partes vivas de la Tierra, participan de estos derechos”.
El otro día, el Papa Bergoglio al consolar a un niño por la muerte de su mascota, dijo que «un día vamos a ver a nuestros animales de nuevo en la eternidad de Cristo. El Paraíso está abierto a todas las criaturas de Dios”. Quiero creer que mi padre disfruta el cielo con el ovejero alemán, nuestro muy recordado y amado King.